La escasa presencia femenina en el gobierno, los partidos políticos y otros espacios de poder no le es ajena al movimiento sindical. Hoy el Secretariado Ejecutivo del Pit-Cnt está compuesto por 18 hombres, a pesar de que desde el año 2003 el VIII Congreso resolvió aplicar una cuota de género que no se ha implementado por razones administrativas.

Foto Fernando Pena
Los órganos de conducción de los sindicatos uruguayos están integrados en su mayoría por hombres, y si bien en las bases participa un alto número de militantes femeninas, en general no alcanzan a ocupar espacios de decisión en sus gremios. Como consecuencia, esta realidad se ve reflejada tanto en el Secretariado Ejecutivo del Pit-Cnt, que está integrado en un cien por ciento por hombres, así como en la Mesa Representativa, que tiene 81 por ciento de titulares masculinos y 78 de suplentes.
En charla con Brecha, Martín Pereira, presidente de la Confederación de Organizaciones del Estado (Cofe) e integrante del Secretariado Ejecutivo, hizo énfasis en el avance que ha tenido el movimiento en la inclusión de “las compañeras”. Sin embargo, asumió como “un gran debe” su escasa presencia en los órganos de conducción. Según Pereira la responsabilidad es de los sindicatos, que desde las bases eligen hombres para su representación. Confiesa que se han encarado muchos cambios desde el discurso, pero que en la práctica el avance ha sido sutil.
Milagro Pau es dirigente de la Asociación de Empleados Bancarios del Uruguay (Aebu) y lidera la Secretaría de Género, Equidad y Diversidad Sexual del Pit-Cnt, una formación que participa del Secretariado Ejecutivo con voz pero sin voto. Pau ensayó explicaciones funcionales a este fenómeno. Para ella las lógicas machistas aún persisten en el movimiento, pero las responsabilidades familiares de las mujeres evitan tanto que se postulen como que se “permitan” votar a otras mujeres. Ilustró este concepto explicando que las compañeras, “que también son madres”, probablemente voten a un hombre “porque saben que podrá dedicarse en tiempo completo a la militancia”, ya que sobre él no recaen las responsabilidades de los cuidados familiares.
Lilián Abracinskas, activista feminista y directora de Mujer y Salud en Uruguay (Mysu), cargó contra la central por esta realidad a la que define como vergonzosa. Considera que la falta de representación de casi la mitad de las afiliadas cuestiona la credibilidad de la central. A su criterio, los avances que ha realizado el Pit-Cnt en esta temática consisten en“atender los emergentes”, como la violencia de género, el acoso sexual laboral y las cuestiones referidas a la maternidad, pero han sido muy escasas las medidas que profundizan en la paridad desde lo medular.
Para ella el mérito de ser la única central de trabajadores del país, virtud casi exclusiva en Latinoamérica, se debería empañar con esta coyuntura, pero no sucede por la falta de presión de las mujeres que están dentro. Condena que no hayan convertido a este asunto en una prioridad política y reivindicativa, y dispara el concepto de que la ausencia de mujeres en la representación sindical es también violencia de género.
En el VIII Congreso del Pit Cnt, en 2003, se aprobó una resolución a favor de la cuotificación, de no más de 70 por ciento y no menos del 30, de trabajadores del mismo género en los órganos de dirección. Esta resolución fue propuesta por la secretaría que hoy integra Pau. La dirigente recuerda la hazaña que significó esa jornada. Relata que varios compañeros se quisieron retirar para no votarla y que fueron las mujeres quienes se atrincheraron en la puerta para que no pudieran salir, demandándoles que al menos tuvieran la valentía de pronunciarse en contra.
Hoy, a 13 años de esa resolución, la cuota no se aplica y no hay un horizonte cercano para su cumplimiento. La razón, al menos en términos formales, es que la central como convención de trabajadores no puede mandatar, los sindicatos son autónomos y tienen libertad para elegir a sus representantes. Pereira explica que la resolución se aprobó sabiendo que era muy difícil poder aplicarla, y que la paridad depende de cada sindicato, ya que son ellos quienes luego envían a sus representantes al Pit-Cnt. En esta misma línea, Pau culpa a los sindicatos y a su falta de voluntad política para aplicar la cuota.
Sin embargo, en un documento emitido por la central1 al aprobarse esta resolución, se reconoce que no hay una “evolución natural” hacia una mayor representación femenina. Detalla cuánto se equivoca el movimiento si espera que las mujeres sean quienes resuelvan solas esta situación, porque “eso implica que el objeto de la discriminación sea su propio agente liberador”. El texto compromete explícitamente a los dirigentes en el cumplimiento de la cuota: “es a la dirigencia a la que le corresponde tomar conciencia de la desigualdad y liderar el proceso político de transformación”.
Abracinskas denuncia que se explica el problema en términos burocráticos en lugar de lo que es: “un problema ideológico y político”. Si bien comprende los límites formales de la central para aplicar la cuota, los acusa de no ser lo suficientemente enfáticos en promover la resolución. Ante la “excusa” de la autonomía de cada sindicato ironiza:“Quisiera saber si los gremios no fueran clasistas, si la central aceptaría que tuvieran representación en el Ejecutivo”.
Martín Pereira confiesa a Brecha que hoy no está en la agenda del Secretariado pensar las estrategias para el cumplimiento de esa cuota, ni cómo resolver la subrepresentación de las mujeres. Ante esto, Pau alega que no necesariamente no está en agenda, sino que “lo urgente supera lo importante”. Para ella la estrategia es sensibilizar y educar en igualdad de género a compañeros y compañeras. Ambos coinciden en que los cargos para “repartir” siguen siendo los mismos con o sin cuota, lo que implica que alguien ceda su lugar. El dirigente afirma que a pesar de la sensibilización en la temática, el razonamiento es el mismo: “El sillón es mío y no lo quiero soltar”.
La activista de Mysu, a su vez, aclara que se trata de espacios de poder y que “nadie los cede gratuitamente”. Considera que hay un déficit en cómo abordar la discusión, explica que la política y el sindicalismo son espacios masculinos cuyas reglas de juego están pensadas por y para hombres. Al no discutir este aspecto se espera una cierta masculinización de las mujeres que llegan, y las responsabilidades domésticas y de cuidados no están en ningún sentido conciliadas con la participación. Y denuncia que detrás de esos hombres militantes dedicados en tiempo completo a la tarea hay un descuido de las responsabilidades familiares. Propone entonces que la discusión no sólo transite por cómo armonizar lo sindical con lo reproductivo, sino también por cómo repartir estas responsabilidades.
Esta interpelación a las reglas de juego no es nueva, las feministas que integraban la central sindical y los movimientos de izquierda en la apertura democrática habían golpeado la mesa con estas cuestiones, con mucho más eco que en la actualidad. Ana Laura di Giorgi, investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales (Udelar), cuenta a Brecha que ellas instalaron el reclamo de que las sindicalistas trabajaban a triple jornada: en el sindicato, en el espacio laboral y en el hogar, y que este último no sólo no era reconocido a nivel salarial sino que limitaba e incluso impedía su participación.
La historia deja en evidencia que esta prédica no alcanzó para que los hombres tomaran la causa como propia. Sin embargo la investigadora destaca que esas activistas lograron que en el Primer Congreso Extraordinario del Pit-Cnt se recibiera un documento firmado por ellas y que la central reconociera en su agenda que la mujer ocupaba un lugar subordinado.
Di Giorgi identifica como un mérito de estos movimientos que el trabajo de las empleadas domésticas sea considerado como calificado, ya que fueron quienes convencieron a la central de que había que sindicalizar a estas trabajadoras y exigir para ellas seguridad social. Esa batalla intrasindical la dieron y ganaron estos movimientos de mujeres.
El discurso y la realidad. Pereira afirma que las resoluciones no necesariamente implican el cambio cultural, que es más lento, y opina que a pesar de que la central hace más de una década que tiene reglamentada la cuota, y más de dos que tiene comisiones trabajando en temas de género, “en la práctica aún estamos muy lejos”.
Beatriz Fajián formó parte del Secretariado Ejecutivo por más de un quinquenio como miembro pleno –con voz y voto–, y en la Secretaría de Género desde 2012 hasta 2015. En charla con Brecha relata que fue muy duro participar en la central siendo mujer: “Somos siempre de segunda”. Recuerda que en las discusiones le era muy difícil que sus opiniones fueran escuchadas, pero que “luego un compañero repetía lo mismo y todos le daban la derecha”. Fajián aclara que no era una cuestión de maltrato (“los compañeros eran muy respetuosos y atentos conmigo”), sino que el problema era no ser tratada como igual por sus pares.
Esta percepción es compartida por Milagro Pau: “Después de una reunión vos les preguntas a algunos compañeros si saben lo que dijiste y no tienen ni idea; si en lugar de hablar yo hablara un hombre eso no pasaría”. En contraposición, resalta que asistió a la penúltima reunión que tuvo el Pit-Cnt con Tabaré Vázquez, propuesta que surgió del presidente de la central, Fernando Pereira. Fue la primera vez que una mujer asistió a una entrevista con el presidente en representación de la central. La dirigente recuerda el asombro tanto de sus compañeros con la propuesta como de Vázquez al recibir a una mujer. Confiesa que en la interna hubo ciertas resistencias, pero prefiere guardar para “la intimidad del movimiento sindical” quiénes encabezaron la negativa. Sin embargo, Fajián recuerda que nunca conseguía los consensos para ir a la Organización Internacional del Trabajo (Oit) ni para lograr oradoras mujeres para el acto del Primero de Mayo. Aunque, luego de “una dura batalla” desde la Secretaría de Género, se consiguió que tuvieran asegurado un mínimo de 15 minutos.
Pero no siempre fue así: Di Giorgi relata que en el Primero de Mayo de 1986 subió Mabel Pizarro al estrado. No sólo se trató de una oradora mujer, porque sus reclamos no eran únicamente en nombre del trabajador universal, sino que su discurso tuvo una clara prédica desde las trabajadoras, denunciando la doble situación de explotación de las mujeres.
El feminismo y la izquierda. Entender las demandas de igualdad de género como demandas burguesas es una de las resistencias de la izquierda ante este movimiento. Abracinskas, a quien le ha tocado ir varias veces a la Mesa Representativa, percibe una desvalorización de la problemática tanto en la central como en la izquierda en general. A su entender se la concibe como una “sofisticación de la demanda social y de derechos”, y por eso no es considerada a la altura de la agenda que se propone garantizar educación, salud y trabajo. Concluye que para los sindicalistas esta agenda “tiene un tintillo de demanda burguesa, nos ven como unas burguesitas”.
Esta asociación tiene tantos años como el movimiento. Di Giorgi resalta que las feministas de los ochenta hicieron un notable esfuerzo por desmarcarse de la etiqueta y embanderar a sus compañeros con este asunto. Pusieron énfasis en explicar cómo la desigualdad de género es funcional al capitalismo y a la desigualdad de clase, ya que todo el sistema de cuidados que recae sobre la mujer implica un ahorro inmenso para el Estado y la patronal, beneficiando así a las clases dominantes.
Al margen del escaso éxito de esta demanda, estos argumentos dan cuenta de un estado de debate interno más intenso, que hoy parece haberse adormecido. Según Abracinskas falta presión política desde dentro: “Falta un trabajo mucho más argumentativo y de mayor peso ideológico en cómo confrontar críticamente a la central sindical en su subrepresentación. Yo puedo pegar de afuera, pero no importa, soy un agente externo”.
Hoy los principales reclamos de la central sindical con enfoque de género son los que la activista denomina como “emergentes”, vinculados a las medidas amortiguadoras de los efectos de la desigualdad para la mujer, con un enfoque de protección. “Es más fácil ver a las mujeres como víctimas que como sujetos de derecho –remarca–, y todavía ni la central sindical ni el gobierno ni las fuerzas de izquierda ven a las mujeres como sujetos de derecho.”
Los movimientos de las sindicalistas de la posdictadura, según Di Giorgi, también habían debatido el riesgo de centrarse sólo en medidas inclinadas a la protección. Argumentaban que las licencias y jubilaciones especiales, que aseguraban que además de trabajadoras pudiesen ser madres y amas de casa, las reinscribían en ese rol desigual.
Pau destaca entre las conquistas con enfoque de género la licencia por violencia doméstica y la licencia paternal, aunque aclaró que sólo el 15 por ciento la goza. Explica que aspectos como la equiparación salarial y el acceso a cargos gerenciales son difíciles de monitorear, porque existen“trampas” desde la patronal. En el ámbito bancario, ejemplifica, un hombre y una mujer ganan lo mismo por el mismo cargo, pero el ascenso, que repercute en el salario, es más rápido para los hombres. Enfatiza que desde la Secretaría de Género hacen un control constante de los llamados laborales, para que no limiten la postulación de mujeres, aunque muchas veces sin decirlo explícitamente se ponen cláusulas con sesgo de género.
Según Abracinskas, la falta de un enfoque de este tipo en los reclamos de la central se ilustra en la escala salarial: los trabajos peor pagos son los que en cierto sentido funcionan como extensiones de las tareas reproductivas, que son las menos valoradas: la limpieza, la docencia, la salud, el sistema de acompañantes. La activista considera que si esta perspectiva estuviera incorporada en las negociaciones salariales, los reclamos serían otros. Pero “vivimos en un sistema que no le hinca el diente a las desigualdades”, explica. No sólo en la central las mujeres están subrepresentadas, dice, la Cámara de Comercio y la de Industria están dirigidas cada una por seis y ocho hombres, respectivamente, y en las negociaciones el Estado es generalmente representado con mayoría masculina. Es en este marco que se toman las decisiones que afectan a toda la masa trabajadora.
Se utiliza el término “techo de cristal” para referirse a esa línea invisible que impide que las mujeres accedan a cargos jerárquicos en los empleos. Pau enfatiza que sin duda existe un espejo de esta realidad en el movimiento sindical. Mientras las mujeres de dentro apuestan a la sensibilización y al largo plazo, feministas como Abracinskas exigen que esta discusión sea llevada al límite, y no le preocupa que sea una amenaza de fractura en el movimiento sindical.
Hoy, a 13 años de reglamentar la cuota y a 30 de aquel feminismo efervescente de la posdictadura, no se divisa en un horizonte cercano la paridad en los órganos de conducción. Hay quienes dicen que entre el feminismo y la izquierda hay “un amor no correspondido”, porque las feministas quieren más a la izquierda de lo que la izquierda las quiere a ellas.
“El movimiento sindical uruguayo, el camino hacia la cuota”. Departamento de Género y Equidad, Pit-Cnt.
